
Renata Jacobs es la filántropa suiza detrás del milagro de la fundación “Cartoneros y sus chicos”. El proyecto, nacido a partir de la dura experiencia de vida del ex cartonero Carlos Mansilla, hoy, permite que más de 160 niños hijos de recolectores urbanos puedan acceder a proyectos educativos de calidad en vez de pasar sus días en las calles.
“Sé muy bien, desde chico, lo que es pasarla mal, muy mal. Pasar hambre por ejemplo, y caminar las calles para encontrar algo, revolver entre los desperdicios. Algo que me tocó vivir y que por suerte pude superar. Por eso, quiero luchar para evitar que otros niños sufran lo mismo que padecí yo”. Quien desgrana estas palabras es Carlos Mancilla , 62 años, mirada luminosa, manos curtidas. Sus ojos chispean alegres, pero aún dejan entrever ese dolor que se ha convertido en motor , en fuerza propulsora. Desde hace 10 años, gracias a tocar la puerta correcta, se topó con la otra cara de la vida, la luminosa, que lo puso de frente a las ganas de ayudar de Renta Jacobs. Con las donaciones de esta filántropa austríaca, comenzó a ayudar a los hijos e hijas de cartoneros para que estudien, tengan un oficio y den rienda suelta a un proyecto de vida que los aleje para siempre de las calles.
“No me quejo. Al contrario, a mi, juntar basura me salvó, me dio todo lo que tengo. Con cada peso tras peso, que junté con mi carrito compré cada ladrillo de mi casa y mi familia tuvo su plato en la mesa. Por suerte, nunca saqué a la familia a trabajar conmigo.Pero muchos cartoneros, como yo en este tiempo,no tenían con quien dejar sus hijos y desde temprano , estos pequeños ya tenían que experimentar la dureza e inclemencia de la calle. Por eso mi sueño fue que muchos de estos chicos, los más humildes de todos, tuvieran la educación que yo no tuve”, explica Carlos Mansilla, quien dio los primeros pasos en esta dirección al fundar la Cooperativa Las Madreselvas.
Las Madreselvas, comenzó a pulmón, cuando Mansilla logró reunir a esos hombres y mujeres que en solitario “cartoneaban” los suburbios como él. Un cúmulo de almas que cada día como en una oscura procesión, salían desde el conurbano para recorrer las calles porteñas con la esperanza de rescatar de entre los residuos, su tesoro rugoso el que le daría sus pocos pesos, pero pesos al fin, el cartón. Mientras Mansilla, recorría los distintos barrios en su circuito diario, comenzó a ver escenas a las que no se podía acostumbrar, esas que, como padre, hacían doler su corazón . “Veía a los chicos arriba de los carros acompañando a sus padres y a muchos, mientras los padres recolectaban el cartón , los dejaban en las esquinas pidiendo dinero o los ponían a tocar timbre para pedir ropa, plata, víveres. Como padre, pienso que son los grandes los que deben sustentar a la familia y no los chicos. Eso nunca me gusto” , recuerda Carlos de aquellos difíciles días.
Cuando el dolor se transforma en motor
”Entre tantas caminatas, y tanto deseo de salir adelante, conocí a mucha gente de bien, gente buena, que me escuchó y tenía los medios para ayudar de forma organizada. Gracias a ellos, se pudo formalizar esta idea de lanzar una cooperativa de trabajo para nosotros, los cartoneros o recuperadores ambientales”, cuenta acerca de la cooperativa que, nacida en 2001, sigue firme con 600 trabajadores. Además, desde 2011 Las Madreselvas, integra la red de 14 cooperativas que junto con el Gobierno de la Ciudad, prestan un servicio articulado a través de los Centros Verdes que cuentan con camiones de transporte que provee el gobierno.
Fue también en 2011 cuando Mansilla se enteró de que una empresaria suiza llamada Renta Jacobs, se dedicaba a financiar proyectos similares a los que él tenía en mente en otras partes del mundo. “Sin dudar, le presenté mi proyecto , mi idea para ayudar a chicos pobres, los hijos de mis compadres cartoneros ”, cuenta acerca de la etapa inicial de su sueño. Por su parte, Renata Jacobs estuvo más que encantada de ayudar. Su sueño, como el de Carlos Mansilla, era contribuir a mejorar la calidad de vida a través de la educación, de los chicos más vulnerables del planeta.
“Arrancamos en Maquinista Savio, Escobar cuando el intendente Sandro Guzmán, nos donó las instalaciones que pertenecían a una escuela abandonada. Los fondos salvadores aportados por Renata, dieron nueva vida y un esplendor austero al lugar. Después, se sumaron a las filas cuatro educadores y dos coordinadores, más mi esposa y yo, y comenzamos a trabajar con los chicos.Estuvimos ocho años, crecimos mucho y el lugar pronto quedó chico. Nos mudamos a Pilar, a otro terreno que donó la intendencia de allí”, detalla Mansilla, quien ya no ocupa la dirección de la fundación pero visita el lugar todos los días. “Para compartir, para estar cerca de los chicos” dice con cariño.
Hoy, en la nueva sede de la fundación ubicada en el barrio Lagomarsino de Pilar, se sienten las risas y los juegos de los más pequeños. Más de 160 chicos de los barrios vecinos de Escobar y Pilar han encontrado aquí la contención de un verdadero hogar. Los horarios de la fundación tienen la particularidad de funcionar a contraturno con los de la escuela, por ello, los pequeños reciben apoyo escolar junto a una rica merienda o desayuno, según el caso. “Las niñas y los niños que recibimos, principalmente, son los hijos de los miembros de la Cooperativa de Cartoneros Las Madreselvas y, también,aquellos que se suman por el boca a boca de las familias de los niños que hoy nos confían.
“Al momento, tenemos todos los cupos llenos y una larga lista de espera” cuenta con una amplia sonrisa Diego Guilisasti, el actual director ejecutivo de la Fundación Cartoneros y sus chicos. Hoy, los niños de la fundación, gracias a que los sueños de Carlos Mansilla y Renata Jacobs un día coincidieron, corren felices en el patio de juegos, hacen cuentas, leen libros y, por fortuna, no conocen cómo se siente el frío y la indiferencia de las calles de Buenos Aires.