
Dueño de un talento único, innato y excepcional, y de un ojo avizor extraordinario para intuir la jugada precisa y dar el golpe maestro en los negocios y las finanzas, este hombre, sin embargo, se destacó como excelso filántropo. Su generosidad y empatía con los menos favorecidos no tuvo límites, dado que él mismo fue pobre y recorrió un camino lleno de esfuerzo y desafíos para ser rico.
La historia de vida de Andrew Carnegie, es digna de una novela. Si esta hubiera sido concebida por el mejor y más imaginativo novelista y se la contara tal cual fue, aún así sería difícil de creer. Un derrotero vital que sigue la interesante línea argumental -muy trillada, por cierto- de aquel que siendo pobre en extremo consigue ser parte de ese destino reservado para pocos, el de llegar a ser un mega rico. Pero en este caso, la clave está en que el resultado no ha sido producto de un golpe repentino de suerte . Su historia está asentada en el trabajo y en el esfuerzo que, de la mano de un talento soberano para los negocios, y en el marco de un sistema del mercado libre vigente durante el siglo XIX en las Américas, fueron la llave hacia un ascenso económico ilimitado. Elementos que a la vez, en vez de acumular lo motivaron a dar y a dar siguiendo el mismo patrón: cada vez más y cada vez con más precisión para sacar el mayor bien del recurso del dinero.
Algunos datos de su apasionante recorrido vital son bien conocidos, pero vale la pena traerlos nuevamente a escena: nació en los albores de 1835 y pronto emigraría a Pittsburgh, Estados Unidos. Con su familia, cuando contaba con doce años, dejaban atrás la pobreza de Escocia para perseguir sueños de prosperidad. Apenas un año más tarde, ya acopiaba experiencia laboral en su primer trabajo fabril, donde recibía una paga semanal de 1,20 dólares. Luego, se pasaría a los ferrocarriles de Pennsylvania y forjaría allí una carrera temprana en franco ascenso, acorde a sus ambiciones y personalidad. A pesar de contar con solo cinco años del ciclo escolar, aprendía con avidez cada tarea y además, poseía buen carácter, era respetuoso, amable y destacaba por ser fuente de motivación para sus compañeros, su ardiente ambición de crecer, de lograr avanzar y triunfar, dicen, era contagiosa.
El joven Carnegie resultó un emprendedor entusiasta, atinado y brillante que con su primer capital, ingresó con decisión en la senda de la incipiente producción petrolera en tierras americanas. Pronto, como era de esperar, amasó una notable fortuna. Poco después, con su olfato innato para los negocios, intuyó que el ferrocarril se extendería aquí y allá , y arriesgó una vez más. Se lanzó de lleno en el rubro de la producción de rieles y puentes de hierro. Rieles, para contribuir con el desarrollo del país que soñaba ser grande, unir los estados y llevar mercaderías, materias primas y personas de un sitio a otro. Sus puentes, poderosas moles de hierro permitirían cruzar con seguridad los caudalosos ríos con seguridad y dejar atrás para siempre, las construcciones de madera. Pero, a pesar de tanta prosperidad y camino recorrido, una vez más daría el volantazo hacia la industria del acero. Un camino que , iniciado en 1870 y tras dos décadas de ininterrumpida expansión , lo terminarían posicionando como líder absoluto en una rama que por entonces ya gozaba de ser imprescindible en la industria de un país en auge .
El legado de un hombre que con tesón, se hizo a sí mismo
El propio Carnegie estaba convencido de que su ejemplo podía ser seguido por cualquier persona de buena voluntad. Como buen autodidacta, su fuerza motora a pesar de no haber podido finalizar sus estudios primarios, la encontró en las bibliotecas públicas. Leyendo buenos libros,dice, se construyó a sí mismo. Por ello, cuando su fortuna lo posicionó como el hombre más rico del mundo, aún tenía muchas cosas que hacer por delante más allá de los negocios. Por ejemplo, escribir un libro donde plasmaría su visión de la vida, de la utilidad concreta del dinero y de su pasión, el donar.
Se calcula que donó en total, en su largo accionar filantrópico, alrededor de unos 350 millones de dólares. Una suma colosal que en la práctica, hizo posible el nacimiento de escuelas, universidades, sistemas de becas y numerosas bibliotecas. Un conjunto imprescindible que sabría que muchos jóvenes como él, con ambiciones, voluntad y perseverancia pero de bajos recursos, podrían aprovechar. Pero, no todas sus donaciones fueron en este sentido. Para los expertos, una de sus mayores contribuciones fue el imparable suministro de acero a un precio en extremo barato para impulsar construcciones seguras de todo tipo, tanto en los Estados Unidos como en el mundo.
En 1889, Carnegie se convertía oficialmente en escritor. Con la publicación del libro “The Gospel of Wealth” o “El Evangelio de la Riqueza” plasmaba para la posteridad sus memorias y enseñanzas en orden al buen uso del dinero que serían la directriz para muchas personas con las misma pasión, la filantropía. En líneas generales, Carnegie en sus páginas autobiográficas sostenía que la vida de un empresario rico debía girar en torno a dos ejes . El primero, es la base, que abarca la pertinente reunión y acumulación de dinero. El otro, y más trascendente, trata acerca de como redistribuir de esa gran riqueza de modo efectivo y provechoso en diferentes causas nobles. Un legado imprescindible para hacer el bien a gran escala, tal como lo fue su vida. Pero que también requería de otros dos rasgos elementales: gran capacidad de desprendimiento y valentía. Condiciones que harían , según su pensar, que el camino de una vida “valiera” la pena.