Vista de construcciones de adobe y piedra en Marruecos bajo un cielo despejado, con murallas y casas escalonadas en la ladera

Tombuctú , el  antiguo paraíso africano que floreció como un vergel en el desierto

En sus calles, supo fluir  a raudales inusitados, el río de la generosidad  gracias a  Mansa Musa I. El   rey del Imperio de Malí gustaba repartir, a diestra y siniestra, la riqueza que le desbordaba de sus arcas , allá por  el siglo XIV. Tombuctú, que luego se convertiría en la capital espiritual e intelectual del Islam en territorio africano, guarda de aquellos días bellas madrasas, tan únicas como asombrosas,  que la mano dadivosa de Musa I ayudaron a levantar junto a escuelas de artes y oficios .  Hoy, estos tesoros únicos son Patrimonio de la Humanidad.  

A primera vista,  Tombuctú es una ciudad que simula estar detenida en el tiempo. Apostada en medio de la gran llanura desértica que es el país que la cobija, la República de Mali,     los 365 días del año arde bajo el alto sol del África Occidental. Aquí viven 60.000 personas y en tiempos remotos fue un enclave próspero, donde la mano generosa de Mansa Musa I, su gobernador , fue la clave que la  hizo prosperar en el siglo XIV.  

Hoy, esta ciudad ancestral que se parece más a una aldea precaria amasada en barro cocido, se ha extendido hacia los cuatro puntos cardinales y con ello, se ubica en el puesto número trece en importancia por la cantidad de almas que cobija. Pero además, es Patrimonio de la Humanidad por sus asombrosos templos. Unas estructuras sin pretensiones pero que altas ,  colosales y  de formas completamente originales, están forjadas con el único material que abunda por doquier: el barro. Su particularidad, se enfoca en el impacto visual que provocan a quien las observa, unos palos llamados torong, que están insertos a modo decorativo en todos los cantos de las fachadas. Se trata de mezquitas únicas, con el sello arquitectónico particular de África, y que,  como tal,  están orientadas hacia La Meca. Construidas en los siglos XIV Y XV,  continúan siendo en la actualidad, un foco de fuerte religiosidad y un centro activo de peregrinación.  

Esta  tierra, próxima a las aguas del impetuoso río Níger ,  fue la misma que  gobernó uno de los hombres más prósperos y  generosos  de todos los tiempos antiguos : Mansa Musa I. Este gobernante cuya fama de extrema generosidad recorrió los confines en una época donde la comunicación era precaria ,  supo levantar un Imperio gracias a su talento para el comercio. Con el mismo buen tino,  eligió a la ignota Tombuctú como sede por grandes razones vinculadas a su exitosa estrategia comercial.  Gracias a su ubicación geográfica inmejorable, este enclave supo ser,  desde tiempos remotos, un punto de encuentro para los hombres y sus productos en la porción del  África subsahariana. Hasta aquí confluyeron con naturalidad,  las mercancías provenientes de todo el continente de Ébano que luego  eran trocadas con arte, por  los comerciantes del occidente con las poblaciones nómadas del oriente. Una fuente de prosperidad para el propio Musa pero que, sin dudar, éste repartía entre la gente de la ciudad: construía templos, levantaba escuelas, daba de comer a los pobres y a las viudas de su tiempo y además,  procuraba medicinas costosas a quienes no podían pagarlas. 

Los rasgos más notables de una filantropía desbordante 

El modo de ejercer la filantropía de Mansa Musa, tuvo para aquella época un matiz original, inteligente y tan caprichoso como efectivo,  si se evalúa en términos publicitarios actuales . Unas características básicas que se desplegaron con arte cuando , al mediar el siglo XIV,  este rey dadivoso por demás, emprendió un viaje por el desierto. Su fin era llegar hasta La Meca , la peregrinación que todo musulmán que se precie de tal , debe intentar realizar al menos en una oportunidad en la vida . 

Para ello, puso en marcha  una caravana de proporciones  masivas, que se cree,  estuvo compuesta por  70.000 almas. Entre las filas,  se encontraban su guardia personal, el ejército con sus mejores soldados, los altos funcionarios y sus mujeres , los niños pequeños que recibían pecho, una corte de sirvientes y cocineros  y las filas kilométricas de camellos cargados con agua y cofres de oro.  Así, cuenta la historia, este rey atravesó el desierto en línea recta hasta completar los cinco mil kilómetros que lo separaban de su destino final de peregrinación en la actual Arabia Saudita. 

En los largos meses de odisea por el desierto, la caravana debió hacer una parada de descanso en Egipto. En este lugar, donde la comitiva permaneció algún tiempo, el flujo de donativos en oro entre la gente pobre fue tan alto, que aún  hoy,  se recuerda en los anales de la historia,  los días en los que la estancia de Musa I,  causó una inflación temporal en el país. Además, a su paso, supo entregar a las autoridades locales , enormes sumas de dinero para levantar allí donde fuera necesario, templos y escuelas. De este modo, cumplía con dos de sus propósitos más sentidos , ser instrumento de propagación de su fe islámica y que también,  su nombre y fama fueran conocidos en todos los confines del mundo antiguo. Ambos objetivos , al parecer , se  cumplieron con creces.

Mansa Musa llegó finalmente a La Meca y más tarde regresó a Tombuctú donde siguió   desplegando las arcas de su enorme generosidad. Por largo tiempo, en las rutas que señalan a la Meca desde el África, cada año se apostaban miles en los caminos con la esperanza de divisar al  pródigo rey con su comitiva esplendorosa,avanzando a paso lento,  sobre las arenas del desierto.  

Chica sonriente con camiseta amarilla sostiene un libro mientras un chico lee concentrado en una biblioteca iluminada y con estanterías llenas de libros

Una red de bibliotecas públicas para dar alas a los sueños de progreso

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