
El 8 de diciembre de 2024 el mundo se alegraba ante la solemne reapertura de una joya de la arquitectura gótica. La catedral de Notre Dame, bellamente restaurada y renovada, volvía a ser la icónica imágen de las postales más encantadoras de la eterna Ciudad Luz. Su torre aguja, sus gárgolas, esculturas y sus espléndidos rosetones góticos, mostraron al mundo que es posible sobrevivir a los incendios si la solidaridad se organiza y se pone en acción bajo la dirección de expertos.
El 15 de abril el mundo se detuvo por un instante, perplejo y aturdido ante las imágenes que se reproducían sin cesar por los medios: la Catedral de Nuestra Señora de París ardía en llamas. Durante cinco largas horas, los ojos del mundo contemplaron el fuego trepar con furia colosal y envolver toda la estructura hasta que el momento más duro, más dramático tuvo lugar: aquel en que la mítica torre en aguja se desplomaba sin remedio.
No era una escena recreada con arte para una película, estaba aconteciendo en vivo y en directo y a los ojos del mundo: una de las Catedrales más espléndidas colapsaba y amenazaba con un derrumbe estrepitoso. Una fuerte ola de congoja y dolor, luego de apagado el incendio se instaló de forma repentina sobre toda Francia y se extendió al mundo entero. Pero así como aconteció la inesperada catástrofe, de igual modo, se desató una respuesta o reacción de solidaridad arrolladora. A las pocas horas, los fondos para encarar su reconstrucción comenzaron a llegar a raudales y con ellos, la esperanza.
Este “espíritu de gran generosidad” que mostraron e hicieron llegar de forma concreta en donativos personas desde todas las latitudes del planeta no tuvo precedente alguno. En 150 países, alrededor de 350 mil donantes hicieron que, en tiempos récord, la comisión encargada de llevar adelante las tareas de restauración pudiera recaudar una suma colosal. En total, los expertos utilizaron de forma estratégica cada uno de los 846 millones de euros que llegaron a través de los canales abiertos para donativos y cumplieron el objetivo principal que era el de volver a darle vida a esta joya única de París y de la arquitectura gótica.
Primeros recuentos de daños con saldo “positivo”
Según arrojaron los primeros datos de los informes del relevo que inmediatamente se encargaron tras el desastre, los tesoros del cristianismo más preciados para la iglesia universal no se perdieron bajo las llamas. Muchos objetos de culto antiquísimos, algunas piezas y obras de arte religioso y las invaluables reliquias que la Catedral custodiaba con gran celo, por fortuna, se pudieron rescatar a tiempo. « La corona de espinas y los santos sacramentos, fueron salvados por un bombero héroe, que además, es sacerdote y conocía cómo acceder a estos objetos» explicó el periodista Nicolás Delesall, encargado de redactar el informe.
Entre las reliquias, obras de arte y demás tesoros que la Catedral posee en custodia , se encuentra una reliquia excelsa de la cristiandad, cuya existencia era desconocida para muchos de los que visitaban la Catedral. Este tesoro, es nada más ni nada menos, que un relicario que guarda los fragmentos de la corona de espinas. Una corona trenzada con delgadas y filosas ramas de puntiagudas terminaciones que los verdugos tejieron para humillar a Jesús en el tránsito hacia su crucifixión. También se conserva en la Catedral otro relicario, tan invaluable como significativo, que guarda un pequeño fragmento de la cruz auténtica . El destino ha querido preservar también de las llamas a la emblemática imagen de la Virgen de París , a unas figuras de bronce de los doce apóstoles y a la Túnica del Rey San Luis, que se encontraban en el mismo sitio que las reliquias.
Un héroe de Dios
En esa operación improvisada- y desesperada- para salvar las reliquias, fue crucial la actuación heroica de Jean-Marc Fournier. Este hombre de 50 años, que arriesgó su vida y se metió sin dudar entre el humo y las columnas de fuego, fue el artífice de un verdadero rescate divino. Como capellán del Cuerpo de Bomberos de la ciudad París, las llamas no lo amedrentaron, es más, las desafió con las armas corrientes de un bombero y también, con las de la fe.
En aquella fatídica jornada del 15 de abril, el sacerdote se puso en un tris el traje anti-llamas, hizo una breve oración y a los pocos minutos, atravesaba el pórtico en llamas del magnífico templo. Allí lo esperaban las altas columnas de fuego y una marisma de humo negro y envolvente que sorteó con destreza. La Catedral, cuyas estructuras más afectadas comenzaban a colapsar, era una auténtica trampa mortal pero, la ruta hacia el Santísimo y la capilla de las reliquias, las conocía de memoria.
El Padre Fournier logró salir sonriente de entre el humo y las llamas. Invicto en la misión, traía consigo a los Santos Sacramentos, las reliquias de la pasión y otros objetos de gran valor que por poco, terminan destruidos junto con las columnas de las naves interiores del edificio medieval. Por fortuna, el padre Fournier sabía exactamente lo que tenía que hacer y lo hizo. Luego, se aseguró de que los tesoros fueran llevados a un lugar seguro hasta nuevo aviso de su próximo destino. Hoy, la corona de espinas ya no se oculta, y se exhibe para la veneración pública de los fieles todos los viernes.